El grupo estadounidense empieza su gira por España
La banda de Jeff Tweedy actúa en Barcelona (hoy), Madrid (mañana), Zaragoza (el sábado) y Bilbao (el domingo), para presentar la reedición de lujo de Sky Blue Sky. El álbum, poco previsible, recoge todas esas influencias aparentemente irreconciliables que ellos mezclan de forma natural y que han convertido en marca de la casa.
Hay anécdotas del mundo de la música que son mucho más definitorias que ríos y ríos de tinta explicando algo que ahora, en la era de internet, uno puede entender en tres minutos, dando un click y oyendo ese disco que un pobre periodista nos intenta explicar con adjetivos y, en el mejor de los casos, onomatopeyas… Pero en el caso de Wilco, basta con explicar lo que les ocurrió hace cinco años para entender por dónde va este grupo y también de qué va su ya no tan nuevo disco, Sky blue Sky, un álbum en el que fusiona todo lo que ha sido. Desde su origen cercano al country, hasta lo más experimental, pasando por una clarísima influencia de maestros del jazz. Un trabajo que hace bien en reeditar porque afortunadamente es de asimilación lenta. De energía retardada. Pero volviendo a la anécdota, hay que advertir que la pieza clave de la evolución de Wilco llegó en el 2002, de la mano de Jim O’Rourke (el Sonic Youth) que fue, sin comerlo ni beberlo (¿o sí?) el catalizador de todo ello.
Wilco había comenzado siete años atrás publicando un primer álbum, A.M., de lo que los estadounidenses denominan “country alternativo” y, un año después, un segundo trabajo, Being There, donde ya se veía venir que aquello cada vez se iba electrificando y degenerando más. Además de estos discos propios, también iba obteniendo un cierto prestigio entre los entendidos porque el gran Billy Bragg le había llamado para que trabajara con él en una revisión muy sui generis e interesantísima de la obra de Woody Guthrie, el gran ídolo de Bob Dylan y de todos los músicos de country con inquietudes, de los que en vez de botas camperas llevan Converse All Star. Es decir, Wilco tenía una reputación merecida dentro del mundo de la música folk heterodoxa y empezaba a cuajar en determinados círculos independientes exclusivos. Quizá influido por el inconsciente colectivo que le conectaba con el Dylan del 65, tuvo su “momento Newport” y en 1999 publicó Summerteeth, un disco en el que apostó claramente por la electricidad roquera.
Llegamos por fin a 2002, siguiendo el instinto de Jeff Tweedy y en contra de Jay Bennet, decidieron llamar a Jim O’Rourke. Las intenciones estaban claras, si uno reclama a uno de los miembros (especialmente a O’Rourke) para que haga las mezclas de un disco, está buscando ruido. Es como si uno entra en un bar de carretera con luces de neón rosa, que se llama El Conejo de la Suerte y luego se queja de que la señorita con la que ha entablado conversación le ha pedido dinero a cambio de sexo… Wilco se había pasado al bando de lo experimental, de eso no cabía duda. Y aunque al final O’Rourke (que a arriesgado no le gana nadie y decidió que el experimento estaba precisamente en quitar los ruidos y las guitarras a lo Lee Ranaldo) le salió rana y, siguiendo con el símil, nada más entrar en el bar de los letreros de neón, le pidió en matrimonio.
Aquel disco le hizo que le echaran de su compañía, pero finalmente consiguió una nueva y ese fue el principio de su éxito absoluto. A partir de Yankee Foxtrot Hotel, Wilco se convirtió en un grupo respetado por el mundo independiente que tenía las ventas de cualquier banda comercial. Con el siguiente trabajo, A Ghost is born (2004), aquello quedó especialmente claro, ganó un Grammy como mejor Grabación y Disco de Música Alternativa y pese a las interrupciones, por culpa de la reclusión forzosa de Tweedy en una clínica para desengancharse de los analgésicos que tenía que tomar por culpa de sus migrañas, Wilco se convirtió en uno de los grandes grupos de rock del nuevo siglo. Y por mucho que juegue al desconcierto, es una de esas pocas bandas que le hacen creer a uno en la justicia poética y en que lo popular no tiene por qué ser siempre lo más fácil de digerir.
Silvia GRIJALBA
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